Me hago eco de mi mejor maestra y ejemplo de vida para contestar a tantos que me preguntaban estos días por mi valoración sobre lo relativo a los centros de educación “especial” en la “Ley Celáa”. Y lo hago públicamente porque también soy una persona valiente, de la misma forma que otros perfiles a los que he visto compartir vídeos contrarios a mi opinión, muchos de ellos, permítanme decir, sin conocimiento de causa. O de la misma forma que han hecho muchos otros que, si bien concordaban con mi perspectiva, no me parecían suficientemente fundamentados.
Bien, empiezo aclarando que no se trata de ningún posicionamiento político y que únicamente voy a analizar lo que concierne a los centros de educación “especial” en esta nueva Ley, porque considero que puedo hablar del tema con cierta propiedad y profundidad.
En primer lugar, creo necesario aclarar que no se están cerrando los colegios “especiales”, sino que se está apostando por otorgar un mayor poder y protagonismo a las preferencias de escolarización del menor y de sus padres, madres o tutores legales. Algo que apoyo y respaldo por completo y más teniendo en cuenta que el principal problema que hay hoy en día es que a muchos padres y madres no se les está informando adecuadamente y se les está impidiendo o lesionando el acceso de su hijo/a a una escuela que es de toda la ciudadanía. No se cierran las colegios especiales: lo que se legisla es la exigencia de que todos los centros ordinarios deben estar perfectamente dotados a nivel de recursos materiales y humanos para que todos los niños y niñas puedan aprender y vivir juntos. Y se propone a 10 años vista, porque efectivamente en la actualidad resultaría inviable proporcionar de forma inmediata esos recursos necesarios para que todos los centros educativos puedan atender de manera eficiente y equitativa a cualquier alumno/a, independientemente de sus características.
Es muy preocupante que se intente crear confusión comparando niños/as que están muy muy muy graves (cito textualmente), o con algún tipo de enfermedad, con las personas con discapacidad o diversidad funcional en su amplio espectro, como una forma de argumentar la necesidad de centros específicos. En el primer caso es más probable que se requiera de una intervención educativa específica, en el segundo caso quizás una adaptación metodológica o un diseño del proceso de aprendizaje, de los espacios, de los tiempos… que garantice la igualdad de oportunidades.
A lo largo de la historia se ha ido metiendo en el mismo saco cualquier tipo de discapacidad. La única justificación era desviarse un poco de la “norma”, ser diferente en la forma de ser y estar en este mundo (¿y acaso alguien se considera exactamente igual al resto?). Lo que yo creo es que lo considerado como “normal” proporciona la referencia básica para clasificar determinados colectivos que forman parte de nuestra realidad, y justificar así la exclusión de los más débiles. Pero lo que a veces olvidamos es que la normalidad está, estuvo y estará siempre formada por un paisaje heterogéneo, y que estas referencias que miden lo “normal” en una sociedad son, en cualquier caso, de carácter cultural (no propias de la naturaleza humana).
Con todo, hay algo obvio que no es opinable: el informe de investigación del Comité de Derechos de las Personas con Discapacidad de Naciones Unidas sobre el estado de la educación inclusiva que emitió en 2018, ordena a España que «en estrecha consulta con las personas con discapacidad y las organizaciones que las representan» acelere la reforma legislativa para eliminar el modelo médico de la discapacidad y definir claramente la inclusión plena de todos los estudiantes con discapacidad. Exige adoptar medidas para considerar «la educación inclusiva como un derecho» y que todos los estudiantes con discapacidad tengan acceso a «oportunidades de aprendizaje inclusivo en el sistema de enseñanza general». Otra de las directrices del dictamen detalla que España debe formular «una política integral de educación inclusiva acompañada de estrategias para promover una cultura de inclusión en la enseñanza general» con evaluaciones individualizadas, basadas en los derechos humanos. Pide apoyo para los docentes y que dichas políticas estén basadas en el respeto «a la diversidad, la no discriminación y la participación plena y efectiva de las personas con discapacidad en la sociedad». Este dictamen obliga a España a que «elimine toda segregación educativa de estudiantes con discapacidad, tanto en las escuelas de educación especial como en las unidades especializadas dentro de las escuelas ordinarias». Bravo.
Me pregunto yo: ¿con qué derecho y potestad nos creemos para negarle a cualquier persona el derecho a expresarse y comunicarse como considere? (Porque está pasando) ¿Con qué derecho y justificación moral o científica negamos la socialización no solo de unos pocos, sino de todo el alumnado, para abanderar posteriormente la “integración social” de todo el alumnado? ¿Por qué hay quien cree que la educación inclusiva provoca problemas de convivencia? Porque si desde edades tempranas se convive con la diversidad, se interioriza como algo “normal”. Hoy sabemos que la convivencia es buena para toda la sociedad, pues si un niño “neurotípico” convive durante toda su escolarización con un niño con diversidad funcional aceptará la diversidad como algo normal y cuando sea una persona adulta tendremos a un magnífico ciudadano (porque habrá crecido sabiendo que todos formamos parte de la sociedad). Quizás el problema se perciba más cuando siendo educados por separado se intenta juntar a todas las personas en la vida adulta o el mercado laboral. ¿Con qué derecho nos creemos para decidir quién vale y quién no, y establecemos límites imaginarios basándonos en un imposible pronóstico evolutivo de una persona? La estimulación, ¿de verdad se cree más efectiva de forma aislada y en contra del impulso innato a relacionarnos en sociedad?
A quienes defienden dos redes educativas diferenciadas, una ordinaria y otra especial, les diría que a mí eso sí que me parece excluyente. Que no comparto la visión de que atender las necesidades específicas de forma aislada preparare a esos alumnos/as para una mejor inserción en la sociedad o para el desarrollo de un proyecto de vida digno (fin último de la educación). Lo que sí que me parece excluyente es hablar de capacidades de aprendizaje limitadas cuando sigue siendo un misterio científico aún por descubrir y, cuanto menos en la actualidad, un concepto ilimitado. En esta línea, también me gustaría dejar constancia del término “capacitismo”: una forma de discriminación al defender la segregación en base a diferentes capacidades.
Y más excluyente aún es el querer perpetuar la segregación y no la unión y coeducación conjunta de las generaciones venideras. Si separas en la escuela, separas para la vida entera.
Cada vez más voces afirman que debemos superar esta segregación de itinerarios, que conduce irremediablemente a niveles de ciudadanía diferentes. Me preguntaba si este mismo enfrentamiento se produjo cuando se tomaron decisiones como que hombres y mujeres no debían educarse separados, porque eran iguales. O se dejó de discriminar en función del color de piel o del nivel de ingresos y se empezó a hablar de educación universal.
El argumentario para justificar la necesidad de educarse separadamente habla de un hipotético bienestar para este alumnado “especial” y para sus familias. Pero la historia de la que partimos es que muchos de estos centros fueron creados para tranquilizar conciencias, liberar de cargas y apartar agentes molestos de calles y espacios dominados por personas que se consideran a sí mismas “normales”. Y en algunos casos también con el objetivo de proteger y cuidar a quienes se pensaba que no podían más que sobrevivir en este mundo. A quienes eran vistos toda la vida como seres dependientes y sin posibilidad alguna de desarrollarse como personas con autonomía. Eran otros tiempos y, afortunadamente, gracias a los enormes avances de la neurociencia así como de otras disciplinas, la percepción social ha ido cambiando. En mi caso, no sólo mi formación científica como profesional de la Psicología, sino sobre todo la vida, me han demostrado lo mucho que necesitamos aprender de la inclusión real. Lo mucho que nos falta por conocer acerca de lo que nos aportamos unos a otros y cuánto se enriquece y dignifica la convivencia si esta es heterogénea.
Y es importante aclarar que la ecuación no se reduce a: o colegio específico bien atendido o colegio ordinario mal atendido (con alumndado discriminado, aparcado, maltratado…). La auténtica ecuación compara el colegio específico con el ordinario bien dotado y formado. Y no se trata de ninguna utopía. La Administración puede y debe garantizar que se cumpla este derecho, al igual que ocurre en otros países. En el colegio ordinario hay profesionales como la copa de un pino, capaces y competentes en su profesión, y que lo son más todavía cuando alumnos/as diferentes forman parte del paisaje cotidiano de sus aulas. Si vemos a un médico, por ejemplo, como un perfil profesional capaz de atender a todo tipo de personas, como nos cuesta tanto entender el mismo papel en un docente.
Pregunto ahora, ¿qué pasa con los padres, madres y hermanos/as que han aceptado que sus hijos no pueden ir a un centro ordinario? Que no podrían incluso si la escuela cambia para acogerles y garantizarles igualdad de oportunidades… Deberían empezar a aceptar que sus hijos/as tienen derecho a descubrir este mundo, a relacionarse con todo y con todos, y no ser prisioneros de los miedos de sus progenitores. Decía Nacho Calderón ante la pregunta de si entendía a los padres que habían elegido la educación especial para sus hijos: “¡pero cómo no voy a entender a los padres que han sido expulsados de la escuela ordinaria que es excluyente!” Busquemos pues esa escuela no excluyente.
Termino ya: las personas que defendemos un mundo (y una educación) en el que todos tengamos cabida, dedicaremos todo nuestro empeño incluso por aquellas personas que defienden un trocito de celda. Así como las mujeres feministas mejoraron el mundo de las que no lo eran. Porque se trata de un propósito que defiende a todos, sabiendo que todos es todos.
Muy buena reflexión, pones negro sobre blanco lo que muchos pensamos.
Muchas gracias! Me alegro de compartir visión (y misión!) 🙂 Un abrazo!
«Y es importante aclarar que la ecuación no se reduce a: o colegio específico bien atendido o colegio ordinario mal atendido (con alumnado discriminado, aparcado, maltratado…). La auténtica ecuación compara el colegio específico con el ordinario bien dotado y formado. Y no se trata de ninguna utopía».(Carla)
Todo perfecto, pero este parágrafo me deixa algo inquedo, porque liga a integración «global» coa integración «normal» que aínda no se dá no sistema educativo de ningún país. Nin existen locais, nin moito menos existe profesorado e personal adxunto (axeitado).
Grazas polo comentario, Xaquín. Pero sigo mantendo o posicionamento en tanto que a inclusión real non se trata dunha utopía, que é posible e que debemos crer nela e traballar nela. Do mesmo xeito tamén fago fincapé no artigo en que non é viable nos centros educativos tal cual están dotados na actualidade, por iso aplaudo que se deseñe un proxecto a medio-longo prazo para comezar a minorar esa fenda tan inmensa que hai hoxe entre os centros ordinarios e os «especiais». Que se empece a solventar esa falta de recursos estruturais, humamos e formativos para previr e preparar a calquera centro para acoller a calquera tipo de alumno/a. Quizáis dentro de 10 anos non vexamos tan lonxe esta educación e convivencia conxunta.
Unha aperta!
Es una reflexión muy bonita, y muy esperanzadora si fuera realista, pero no lo es. Primero te preguntaría, ¿qué es la inclusión? Y te respondería: es una quimera, una utopía, que no existe, igual que la conciliación familiar. Tengo dos hijos con autismo que están escolarizados en un centro ordinario preferente, es decir, con Aula TEA, desde los 4 años. El mayor está en 2º ESO (13 años), y el segundo en 4º Primaria (9años), y te puedo asegurar que, en el caso del mayor, haber convivido con niños «neurotípicos» no ha hecho que vean su diversidad como algo normal, sino como algo que tienen que soportar, como algo con lo que no tienen nada en común y le dejan solo, y le ven como alguien a quien le ayudan a aprobar y le consienten conductas que no les consienten a ellos. Eso es así. ¿Se va a obligar a los niños que guarden silencio porque mi hijo tenga hipersensibilidad acústica y sus voces le hagan daño? ¿Vas a cambiar la ansiedad que le produce a un niño como el mío, que no tiene una discapacidad severa, el hecho de darse cuenta de sus limitaciones y diferencias, y ver que no puede seguir el ritmo del resto, y que no tiene nada que ver con ellos? El problema es que necesita unos apoyos constantes e intensivos que, por mucha voluntad que pongan los profesores y profesionales que trabajan con él en el cole, nunca tendrán.
Nos empeñamos en confrontar una opción con otra, y ese es el problema. No se pueden vaciar los centros de educación especial ni ahora, ni dentro de diez años, porque los centros ordinarios nunca tendrán los apoyos y profesionales que necesitan nuestros niños para que sean felices, y es necesario dejar que sean los padres los que elijan dónde creen que sus hijos van a estar felices y realizados. Quien quiera ir al ordinario con apoyos, perfecto, estos apoyos deben estar garantizados, pero no para que estén lo mejor posible, como dice la Ley y la Ministra, sino para que estén «perfectamente». Y quien quiera llevar a su hijo a un centro especial porque piense que va a ser más feliz, va a aprovechar mejor los aprendizajes que necesita, y se va a sentir más realizado, pues que pueda hacerlo también. No es segregador. Pero mi hijo, y muchísmos niños más, sí se sienten apartados y desplazados en un centro ordinario. Dejemos que haya posibilidad de lección, en un sentido y en otro.
Hola Esther,
El espíritu del artículo no era confrontar centros inclusivos contra centros de educación especial. Pero si señalar que, dado el hecho de que existen centros de educación específica y centros ordinarios, si no hay una ley contundente al respecto, los colegios públicos ordinarios nunca van a ser dotados eficientemente porque los recursos se destinan a otro sitio. Por lo que ambos tipos de centros seguirán siendo siempre segregadores. Y los alumnos/as, madres y padres nunca podrán escoger en igualdad de condiciones.
Estoy de acuerdo contigo en que la inclusión efectiva aún no es real, pero esto está pasando, entre otras razones, por falta de recursos humanos y de formación adecuada, así como por falta de infraestructuras accesibles y espacios acogedores. Y esto a su vez está pasando porque los alumnos con medidas de atención a la diversidad escolarizados en centros ordinarios son tan pocos que estadísticamente siguen siendo un fenómeno raro y grandes desconocidos. Y puesto que se trata de casos excepcionales, no hay una auténtica cultura inclusiva en el centro, porque si esa cultura existiera, la integración social se daría en la misma medida.
Lo que no se puede es juzgar negativamente un colegio público ordinario porque no hay integración social, dado que no hay integración social porque no hay cultura inclusiva, cultura que debe empezar necesariamente por la educación, tanto desde la escuela como desde la sociedad.
Solo así, y en línea con lo que tu comentas, cualquier niño/a con discapacidad y cualquier niño/a “neurotípico”, cualquier niño/a sin ningún tipo de categorización o etiqueta, aprenderá a valorar y a respetar a sus iguales, entendiendo como normalidad aquello con lo que hayan convivido, en toda su heterogeneidad.
Con lo que no estoy de acuerdo y no creo que sea cierto es lo de que nunca va ser algo posible. Simplemente con una fórmula metodológica que ya se esta haciendo en muchos sitios, llamada “docencia compartida”, sumada a una convivencia plena desde la infancia y con una cultura inclusiva en el centro, la comunidad y la sociedad (desde las asociaciones de madres y padres, en las actividades de ocio y tiempo libre de los ayuntamientos…), se puede conseguir una atención educativa inclusiva y de calidad.
Comentas que los colegios de educación “especial” deben existir porque la inclusión no existe y estos colegios garantizan la protección de estos niños/as, evitando así la discriminación y rechazo al que podrían ser sometidos en centros educativos ordinarios. Por esa regla de tres, quizás deberíamos crear colegios específicos para personas que sufren bullying o acoso escolar? O ante las burlas que puede sufrir un alumno/a homosexual o transexual, debemos entonces apartarlos en colegios específicos? O crear centros para alumnos/as con sobrepreso? O de otra nacionalidad o color de piel? Es esto la educación? Apartar al oprimido?
La escuela es universal, es de todos y para todos. Y tiene una responsabilidad, individual y colectiva. Al igual que la Administración.
En determinadas áreas entendemos perfectamente la intervención explicita que realiza Administración, como en el caso de la promoción de la igualdad de género y la lucha contra la violencia machista. Se fue visibilizando, se fue construyendo una cultura más abierta y respetuosa. De la misma manera, la discapacidad forma parte de lo cotidiano y no entiendo porque con este colectivo en concreto nos esforzamos por establecer una distinción tan poco justificable.
Por lo que mi opinión y mi apuesta es que desde la escuela pública, desde la cultura, desde la Administración… debemos trabajar juntos hacia un mismo objetivo: que cualquier niño/a, independientemente de sus características o “capacidades”, pueda educarse y crecer en una comunidad que le acompañe en su desarrollo, apoyándole en aquello que necesite para permanecer con el resto, y que le valore por todo lo que puede y podrá (si se le da la oportunidad) aportar a la sociedad.
No te puedes imaginar como agradezco este escrito.
Has puesto palabras a todo lo que yo pienso como madre de una persona con disfunción cognitiva a quien no tuve más remedio qie llevar a un centro «especial» dónde no aprendió nada pero estuvo muy «a resguardo» de los normotípicos competitivos.
Mil veces gracias.
Mil gracias a ti por tus palabras… Me llena de una inmensa satisfacción saber que mis reflexiones, fruto de largas conversaciones con mi madre, sirven para algo. Un abrazo!!!
Podría pasarme horas leyendo tus reflexiones!
Eres un encanto,se necesitan, muchas personas como tú!!
Ojalá tu mensaje llegue a todo el mundo y no tanto odio y tonterías!
Un abrazo
Muchísimas gracias por hacérmelo saber. Una de las reflexiones que más me gustan de Frida Kahlo dice tal que así: «Yo solía pensar que era la persona más extraña del mundo, pero luego pensé, hay mucha gente así en el mundo, tiene que haber alguien como yo, que se sienta bizarra y dañada de la misma forma en que yo me siento. Me la imagino, e imagino que ella también debe estar por ahí pensando en mí. Bueno, yo espero que si tú estás por ahí y lees esto sepas que, sí, es verdad, yo estoy aquí, soy tan extraña como tú». Quizás por eso decido compartir determinadas ideas y pensamientos que solo tienen cabida en mi círculo familiar más inmediato a través de este blog. Para que conseguir descubrir y entrelazar voces «extrañas» que se cuestionen lo cotidiano y estén dispuestas a plantearse nuevos paradigmas… Muchas gracias!
Sobre la reflexión, solo decir Touchée. Gracias por expresarlo tan claro y tan bien.
Soy madre de una hija con discapacidad, gran prematura y con una experiencia en la comunidad educativa de 11 años, entre guardería, primaria y vamos por 2do de secundaria. Por desgracia lo vivido deja mucho que desear para creer que llegaremos a conseguir dotar de recursos para atender a TODOS por igual como marca la ley.
Mi hija siempre ha estado en un colegio público, incluida en un aula ordinaria pero desde primera hora el colegio se oponía a q no estuviera en el aula especifica. A pesar de todo, me alegro de haber apostado por la inclusión en ordinaria.
Hola Georgina. Te entiendo perfectamente, créeme. La experiencia educativa con mi hermano no ha sido nada fácil ni amable. Siempre condicionada a tener suerte con el profesor/a que le tocase, cruzando dedos en el comienzo de cada curso escolar. Siempre peleando y con mil trabas inexplicables, por las que no tuvimos que pasar ni mi otro hermano ni yo. Mi hermano tiene acreditado un grado de discapacidad del 94%, y tras superar ESO, BAC, selectividad… actualmente está haciendo un ciclo superior de FP. La trayectoria ha sido difícil? Sí, mucho, muy dura. Pero compensa el esfuerzo invertido? Sin duda alguna, merece la pena. En primer lugar por ver que tanta estimulación ha contribuido a mejorar la autonomía de mi hermano, en segundo lugar porque ni te imaginas la de personas (compañeros de clase, docentes, familias, gente anónima con la que se ha ido cruzando…) se han sensibilizado con la causa y han visto que es posible. Se lo ha demostrado mi hermano, al igual que lo está haciendo tu hija. Y la visibilización con ejemplos reales es importantísima, constituye en primer paso de la toma de conciencia y el avance colectivo. Así que gracias, a ti y a tu hija, por sentar las bases del cambio de paradigmas y ocupar el hueco que a cada uno de nosotros nos corresponde en la sociedad.
Necesitamos muchísimas personas que enseñen, que nos enseñen a conocer todas estas “inquietudes” como tú.
Mostrar la luz en la oscuridad de la desinformación es primordial para conocer y ver la realidad.
Muchas gracias!!! Creo que el «sentido común» se crea y reinventa al compartir e intercambiar experiencias vitales, porque constituye base más real de cualquier aprendizaje. Gracias por escuchar (o leer!) con la mente abierta y libre de prejuicios, gracias por animar a continuar… También se necesitan muchísimas más personas como tú. Un abrazo!
Con todo lo larga que puede parecer tú exposición sobre la ley Celaá, se me ha hecho corta. No porque le falte nada, simplemente porque no es como otras que se ven por ahí, que antes de empezar a leer, ya te aburre. Lo has plasmado muy bien y no puedo estar más de acuerdo con todo lo que dices. Yo no tengo ningún familiar directo con ninguna clase de discapacidad, pero siempre he defendido, que no se puede pretender que las personas con alguna discapacidad, se puedan integrar en la sociedad a cualquier nivel, con total “normalidad”, cuando han sido educados, cuando no aparcados, en centros educativos especiales. En la mayoría de los casos, los padres de esos adolescentes, o adultos, que piden a gritos la inclusión de sus hijos, son los que cuándo estos eran niños, pedían todo lo contrario, la segregación, porque era lo mejor para ellos. Para ellos, para quien? Para los hijos que no entendían nada, o para los padres, que o no sabían, o no querían afrontar la situación y de esa forma “hacían lo mejor para sus hijos”. Gracias por la exposición.
Gracias Antonio, muchas gracias por tu comentario y reflexión. Efectivamente, creo que resulta fundamental tener muy claro por qué razón se toman las decisiones que se toman. Soy plenamente consciente del sufrimiento que deben experimentar algunas madres y padres que deciden llevar a su hijo/a con discapacidad a un centro educativo ordinario (para que crezca y se desarrolle junto a sus hermanos, junto a sus iguales). Sufrimiento por su hijo/a en cuestión, sufrimiento y miedo por cómo les juzgarán y el qué dirán otros padres y madres, los vecinos, los profesores… su propia familia. Miedo a encontrarse completamente solos y odiados, ante un horizonte caracterizado por la incertidumbre. Pero a veces las mejores decisiones no son las más fáciles, ni las más fáciles son las que ponderan los beneficios a largo plazo, o los beneficios colectivos. Comprendo las razones que han llevado a esta sociedad a revestir de protección y cuidado lo que en realidad es comodidad y cobardía, una sociedad que se ha ido configurando a través de otros tiempos muy distintos… Pero no las comparto, y moralmente necesito defender la perspectiva que me ha dado mi experiencia vital, y decir alto y claro que una persona con diversidad funcional no es una persona enferma, y que un sistema educativo inclusivo enriquece a toda la sociedad, a toda. Por lo que gracias por tu comentario, porque me haces sentir acompañada y tener esperanza!
Un abrazo
Muchas gracias por el artículo, Carla. Personas como tú hacen creer que otro mundo sí es posible. “Querer es poder” y, diez años, un plazo más que prudente, para que los centros educativos se doten de los medios suficientes para poder acoger (al igual que la vida) a todos los alumnos.
Carla, te felicito por tener esa forma de mirar repleta de honestidad. Personas como tú hacen creer que otro mundo sí es posible.
Querer es poder… y, diez años, un plazo más que prudente para que los centros educativos se doten de los medios sine qua non para poder acoger, al igual que la vida, a todos los alumnos y desterrar con ello la segregación de los “diferentes”
Muchísimas gracias Rosa!
Un fuerte abrazo